PRÓXIMAS TOCADAS

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INGRESO LIBRE

jueves, 24 de mayo de 2007

Tema para un óleo impresionista

Se trata de enlazar las nubes del fondo, más bien grisáceas, con los cabellos de la niña que domina el frente, y que amenazan metérsele en los ojos, provocando, si así sucediera, el consiguiente lloriqueo y contravención de sus padres, que no se hallan lejos en el encuadre: reclinan sus elegantes trajes, de tonos pasteles, decimonónicos en un árbol robusto, puede ser un roble; si así lo asumimos, podemos inferir que nos hallamos en la campiña inglesa, no distantes de Cambridge o en los claros de los bosques que pululan en los alrededores de Tavershall; si usted lo prefiere estamos en Francia, a secas. Abanicos, mantas a cuadros rojos y blancos y cestas, cuyo contenido admite desde fiambres hasta fruta seca; saltean la superficie, más bien regular, que representa el césped verde y laxo en la parte inferior. Se trata ahora de conjugar los azules de la sombrilla extendida junto a la niña -al lado izquierdo del espectador-, bajo cuya sombra podemos advertir el sombrero, mas no la mujer, con el ámbar del sol que se sospecha detrás de la enramada agresiva del fondo, probablemente a un kilómetro de distancia, flanqueando el camino que lleva al pueblo, cualquier pueblo, esta vez eso no importa. No olvidemos dotar de especial iluminación al cuadrante inferior izquierdo donde una pareja de niños jovencísimos, acarician a un conejo albo, el ojo visible del conejo es un punto, una inflexión del pincel, un milagro. Se trata de que el color encarne el rumor del gentío que pasa el fin día en el campo, entregado a los placeres del ocio. Nótese, por último, en primer plano, abajo, a la derecha, el rincón donde asoma el hombro de un hombre al que no conoceremos nunca, y cuyo traje marrón oscuro sirve de base para la estampa de la firma del autor, en tinta clara, de trazo hábil y firme, no exento de petulancia, quizá la afrenta póstuma del artista al cielo.

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