PRÓXIMAS TOCADAS

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INGRESO LIBRE

jueves, 1 de noviembre de 2007

POEMA 31!!!

Se siente muy bien terminar algo que se empieza. A propósito de las almas que nos visitan hoy día quiero compartir este último poema y desearle a todo mundo un día de los muertos lleno de vida.
LOS MUERTOS


En este estado de cosas
uno se pone a pensar de pronto
en los muertos,
esa curiosa variación de la esperma
(sometida a un sin fin de giros).
Uno piensa inevitablemente
que el mundo es un lugar imprevisto
y con los muertos mirándonos con
familiaridad desde los avisos necrológicos
nos entra pena. Pena por el mundo.
Yo me imagino a los muertos
haciendo largas colas, cepillándose
los dientes, pidiendo cambio de veinte
ignorantes, ignotos, inocentes.
Con ellos fuimos compañeros
de taxi, de ascensor, de acera
con esa mirada impersonal
nos miran desde lechos de madera
y nosotros alzamos la vista
y el pañuelo cada vez que
pasa un entierro a colores,
brindándole nueva utilidad a las flores,
que –lejos de morirse-
se ierguen como trigo.
Yo me imagino a los muertos
agremiados en sindicatos, sonrientes
unos con una bala en el pecho
otros con un infarto muy fresco
a las puertas de las oficinas
oficiales, oficiosas
realizando gestiones que duran
días, meses y me figuro a los
muertos despreocupados por el tiempo,
diciendo : “total…”, o encogiéndose de hombros
presas de una curiosa distracción.
Y después de varios días, meses
se juntan por afinidad
y se establecen en cómodas mansiones,
en departamentos de recio acabado
a fin de dedicarse al sano
ejercicio de la espantación.
Y los muertos saben asustar, y
de esa forma : la paradoja :
los muertos mantienen viva la tradición.

Así pienso a veces de los muertos
y pretendo que sienten nostalgia
y se reúnen en los atardeceres
a mirar fotografías que están también
muertas, aunque ellas no lo saben,
tal es su entusiasmo.
Y me figuro también que , en el fondo,
los que me ven con mis libros
en los bancos de los panteones,
y me oyen hablarle a las frías lápidas
esperan, aspiran secretamente
que un día vaya a visitarlos,
llevándoles gladiolos y dulces
y cintas de video y fotografías de este lado,
amarilladas por el tiempo pisoteado.
Finalmente me veo a mí
enfundado en un impecable traje marfil
con un clavel rojo en la solapa
y un sombrero venerable;
cuelga del brazo un paraguas negro
y en las manos llevo caramelos
irreprochables, dos películas (Scorssese, Disney)
gladiolos de furioso sangre
y un álbum de fotos de un
cumpleaños absurdo y una botella
de vino por si las moscas.
E imagino también
que caigo en cuenta,
que río de la broma
doy media vuelta
y enfilo las brillantes pisadas
hacia mi casa, para pasar
otro sábado mirando películas
y tejiendo historias de muertos
con el sol en camino al último cerro
y mi amiga celebrando a carcajadas la ocurrencia
y repitiendo - por si las dudas –
que vivimos en un barrio muy alejado del cielo.

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