Simon & Garfunkel
La brisa inofensiva crepita en las hojas verde-amarillas de las cuatro de la tarde. El otoño vuelve con motores y pelos rojizos de muñeca vieja. Por esta calle casi no pasan los coches, y los rayos que atraviesan el follaje de los árboles alineados en las aceras diseñan pequeños retratos de George Harrison y Charles Manson en el pavimento.
Camino a la feria del Barrio de la Cicatriz, cruzando un río sobre aguas turbulentas, el autocantor anglófilo hispanohablante camina pensando en qué va hacer con su vida, con el tiro del morral verde cruzado sobre el torso y la guitarra pendiendo del hombro derecho. Una madre joven sospecha el ventarrón que se avecina y le pide a Pablo -así se llama el autocantor anglófilo hispanohablante-: “por favor joven, ayúdeme a ponerle su gorrito”. Pablo apenas mengua la marcha, perplejo. La joven madre usa la segunda persona refiriéndose al bebé de ojos enormes, negrísimos que carga a la espalda. El “gorrito” es una capucha que los fabricantes de ropa han previsto para esa diminuta chompita de lana. Pablo toma delicadamente, como con pinzas, la capucha y la ajusta sobre la frágil cabecita, sudada en la nuca por obra gracia del exceso de lana en estas temperaturas, más bien templadas.
“Gracias joven”, agradece la madre que se marcha, combada por el peso del niño y del futuro que se cierne sobre ella y otras madres con gesto de incertidumbre. Esta podría ser una canción. Allí va el autocantor anglófilo hispanohablante en busca de nuevas aventuras.
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