I’m not the only one
Kurt Cobain
Kurt Cobain
No sé ustedes, pero a mi me emputa que Kurt Cobain se haya muerto. Hoy, catorce años después, cuando, al parecer, todo se ha dicho ya acerca de los pormenores de su violento deceso y se han tejido innumerables hipótesis y especulaciones -algunas con financiamiento millonario- al respecto, pongo el pause al cassette (si muchachos, todavía no los digitalicé) de In Utero y me digo, qué huevada, ¿sabes la música que le faltaba por dar a este ñato?
Me es inevitable pensar en el alma de esa máquina visceral y eléctrica que era NIRVANA, como a un ser de otra dimensión, signado por un destino trágico, más cercano a la leyenda que ahora le antecede, que a la felicidad fácil y obesa del rockstar millonario; más próximo a la depresión adictiva y autopunitiva, que a la celebridad gringa, engreída pero complaciente, que engendra la cruel maquinaria mediática, cuya incansable labor de divinización puso a Cobain en una seria contradicción con su música, sus ideas y su vida.
Pero no es cosa acá de tirarle la culpa a la prensa o a los managers canallas, ni de lanzar un sitio web destinado a reunir firmas para que Courtney Love arda en el infierno. Creo que lo que más dolió de la partida de Kurt fue el vernos de pronto huérfanos de aquella música simplemente maravillosa, que salió de la nada y a la vez de la misma médula de una sociedad decadente, y le puso actitud, honestidad y sangre a un rock que se nos estaba haciendo cada vez más maricón.
Cobain era un tipo inteligente y sensible, pero no un intelectual ni un poeta; por eso los jóvenes se identificaban tanto con él: sintetizaba como nadie los rollos de una generación marcada por los medios y los estudiosos de dinámica social con una X bien grande.
Tan grande que los changos empezaron a creerse aquello de que no servíamos para nada, que no teníamos identidad política, generacional, ni cultural (por estos lares se cumplían los 500 años del descubrimiento de América y las chuspas empezaban a venderse como pan caliente); y te lo gritaban en la cara unos caretas que veían, desde sus autos y ternos lustrosos, al Che y a Lennon, como atributos de su ser, solo por haber vivido los años maravillosos de Kevin Arnold.
Hasta que apareció NIRVANA y no había caso de prestar a nadie el ‘Nevermind’, por que te lo robaban sin remedio. La cosa crecía, iba de boca en boca, de stereo en stereo, acá, en un contexto tan distinto al de la cultura ‘grunge’ de Seattle, que inflaba el pecho de orgullo al oír de las proezas de sus hijos predilectos, que rompían cabezas en Ámsterdam, acababan con los equipos en Río o hacían que les afanemos a nuestros abuelos las camisas a cuadros.
Que nadie se haga al boludo: la lírica sombría y psiquiátrica, la estética visual y musical, la armonía libre, los acordes desenfadados, la parsimonia de oso drogado de Novoselic y la bata endiablada de Grohl; son pilares sobre los que se construyó buena parte del rock (al menos el anglo) posterior, hasta nuestros días.
Y a quién le endilgue a Cobain la falta de virtuosismo en la guitarra o de nociones básicas de composición musical, le pido que escuche un solo disco de NIRVANA e intente reproducir la expresividad de los riffs y fraseos o rimar ‘buried’ con ‘married’ con la naturalidad con que él lo hacía. ¿Verdad que no? Es lo que hace genio a un genio: no podemos ponernos en su lugar.
Recuerdo que estábamos, sentados en círculo mis drugos: el Ronnie, el Pato, el Peppon, y yo en la plaza de Oruro, como solíamos estarlo cada mediodía, el 8 de abril del 94’, y alguien peló la noticia. No podíamos sostener la mirada. Creo que nunca habíamos sentido a un muerto tan nuestro. No me comí la milanesa de pollo que a mi madre le sale tan bien y comprendí otra verdad: los viejos nunca van a entender el rock.
Ahora que se pretende poner a NIRVANA en el estante de los clásicos y a Kurt Cobain en el altar de los mártires del rock que mueren a los 27, me pregunto cuál será la música que encontrarán nuestros hijos para mandarnos a la mierda y si el legado de Kurt perdurará en el tiempo sin contaminarse de la mal habida e industriosa ansia de éxito comercial que refrita al mundo constantemente. Me quedo con la esencia de los cinco geniales discos que grabó en vida. Quizá cinco discos sean pocos. A mí me alcanzan: bastan para ser eterno.
Me es inevitable pensar en el alma de esa máquina visceral y eléctrica que era NIRVANA, como a un ser de otra dimensión, signado por un destino trágico, más cercano a la leyenda que ahora le antecede, que a la felicidad fácil y obesa del rockstar millonario; más próximo a la depresión adictiva y autopunitiva, que a la celebridad gringa, engreída pero complaciente, que engendra la cruel maquinaria mediática, cuya incansable labor de divinización puso a Cobain en una seria contradicción con su música, sus ideas y su vida.
Pero no es cosa acá de tirarle la culpa a la prensa o a los managers canallas, ni de lanzar un sitio web destinado a reunir firmas para que Courtney Love arda en el infierno. Creo que lo que más dolió de la partida de Kurt fue el vernos de pronto huérfanos de aquella música simplemente maravillosa, que salió de la nada y a la vez de la misma médula de una sociedad decadente, y le puso actitud, honestidad y sangre a un rock que se nos estaba haciendo cada vez más maricón.
Cobain era un tipo inteligente y sensible, pero no un intelectual ni un poeta; por eso los jóvenes se identificaban tanto con él: sintetizaba como nadie los rollos de una generación marcada por los medios y los estudiosos de dinámica social con una X bien grande.
Tan grande que los changos empezaron a creerse aquello de que no servíamos para nada, que no teníamos identidad política, generacional, ni cultural (por estos lares se cumplían los 500 años del descubrimiento de América y las chuspas empezaban a venderse como pan caliente); y te lo gritaban en la cara unos caretas que veían, desde sus autos y ternos lustrosos, al Che y a Lennon, como atributos de su ser, solo por haber vivido los años maravillosos de Kevin Arnold.
Hasta que apareció NIRVANA y no había caso de prestar a nadie el ‘Nevermind’, por que te lo robaban sin remedio. La cosa crecía, iba de boca en boca, de stereo en stereo, acá, en un contexto tan distinto al de la cultura ‘grunge’ de Seattle, que inflaba el pecho de orgullo al oír de las proezas de sus hijos predilectos, que rompían cabezas en Ámsterdam, acababan con los equipos en Río o hacían que les afanemos a nuestros abuelos las camisas a cuadros.
Que nadie se haga al boludo: la lírica sombría y psiquiátrica, la estética visual y musical, la armonía libre, los acordes desenfadados, la parsimonia de oso drogado de Novoselic y la bata endiablada de Grohl; son pilares sobre los que se construyó buena parte del rock (al menos el anglo) posterior, hasta nuestros días.
Y a quién le endilgue a Cobain la falta de virtuosismo en la guitarra o de nociones básicas de composición musical, le pido que escuche un solo disco de NIRVANA e intente reproducir la expresividad de los riffs y fraseos o rimar ‘buried’ con ‘married’ con la naturalidad con que él lo hacía. ¿Verdad que no? Es lo que hace genio a un genio: no podemos ponernos en su lugar.
Recuerdo que estábamos, sentados en círculo mis drugos: el Ronnie, el Pato, el Peppon, y yo en la plaza de Oruro, como solíamos estarlo cada mediodía, el 8 de abril del 94’, y alguien peló la noticia. No podíamos sostener la mirada. Creo que nunca habíamos sentido a un muerto tan nuestro. No me comí la milanesa de pollo que a mi madre le sale tan bien y comprendí otra verdad: los viejos nunca van a entender el rock.
Ahora que se pretende poner a NIRVANA en el estante de los clásicos y a Kurt Cobain en el altar de los mártires del rock que mueren a los 27, me pregunto cuál será la música que encontrarán nuestros hijos para mandarnos a la mierda y si el legado de Kurt perdurará en el tiempo sin contaminarse de la mal habida e industriosa ansia de éxito comercial que refrita al mundo constantemente. Me quedo con la esencia de los cinco geniales discos que grabó en vida. Quizá cinco discos sean pocos. A mí me alcanzan: bastan para ser eterno.
5 comentarios:
Buen post.
No me vas a creer, pero alguien me robó el Nevermind, maldito hijo de puta (hoy bajista de un grupo q alguna vez veo en vivo), y no puedo dejar de pensar, desgraciado imbécil. Quizá lo único que redima a este pelotudo, a falta de mejor término, sea que me prestó el Ten de Pearl Jam. Todavía me acuerdo esa vez que lo escuchamos yucas en tu casa, jajaja.
Oye q gran post, me trajo de vuelta a mis años mozos, de la puta hermano, hay que recordar a este men, realmente nos rompió la cabeza.
Sergio
yo pense que te gustaba el rock argentino no mas y nada de grunge pero bien
Y bueno, se nos van los años, ya entramos a otra década, y todavía no aparece un heroe como Kurt en los 90 q nos salve de estos tiempos (q no son escasosen cuanto a música, pero q parecen perdurar muy poco)...
Saludos
a mi también me emputa, Vadik...
megustarón mucho algunas de las cosas que escribiste; pero las charlamos luego. Un abrazote.
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